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BAND_Expo_Poete_au_jardin

Jardins spirituels - en castellano

Thérèse d’Avila

Para Thérèse d’Avila (1515-1582), el jardín es el alma que vuelve a Dios y, haciéndose sierva, se pone a reverdecer y embalsamar. El "bon maître" podrá "se délecter dans ce jardin et se réjouir au milieu des vertus" (Libro de la vida, XI, 6-7). Pero la intimidad del jardín interior está abierta a la universalidad de la promesa de salvación y renovación que trae el jardinero divino.
La reformadora carmelita recurre a este enfoque poético en sus diversos tratados. Evoca los recintos verdes, rodeados de muros bajos de piedra seca, que aparecen en el austero paisaje de Castilla. El Tratado del casto o de las moradas del alma va "au-delà des réalités visibles, il emprunte aux paraboles qui font de l’âme le jardin clos -  hortus conclusus – et du Christ le jardinier qui s’y promène" (Christine Mengès-Le Pape); Teresa de Ávila nos invita a "volver al jardín o vergel" - "Aora tornemos a nuestra huerta, o vergel"- para quedarnos con Cristo en el huerto de Getsemaní.
 El diálogo entre lo humano y lo divino puede así renovarse en la serenidad del jardín espiritual, con " des arbres qui fleurissent et portent des fruits et des fleurs et des œillets qui font de même pour le parfum ".

Guillaume de Saluste du Bartas

El mundo es el paraíso, donde Adán descubre las maravillas de la naturaleza, en los versos del caballero hugonote y gascón Guillaume de Saluste du Bartas (1544-1590), amigo de Juana de Albret y de su hijo Enrique IV. La Sepmaine ou Creation du monde (1578), poema de verdad científica y teológica, es a la vez didáctico y moral. Tuvo un gran éxito tanto impreso como traducido, en Francia y en Europa.
En él, el autor desarrolla una estética ya barroca y celebra la obra del Todopoderoso a través de la Creación. Al tercer día, Dios separó la tierra y las aguas, hizo surgir las montañas y ya había esbozado el jardín "paré de fleurs / Enrichi de bons fruicts, et parfumé d’odeurs" (La Sepmaine, III, 537-538). En la figura correspondiente de la edición de 1611 de las obras de Du Bartas, el pie del Creador toca un macizo de flores bordeado de agua viva. El mismo pasaje inspira una brillante interpretación plástica de una gran placa francesa de loza vidriada en la que veinticuatro versos de La Sepmaine enmarcan una alegoría del agua.